El martes me fui a dormir triste y me costó coger el sueño, más ligero de lo habitual y repleto de imágenes que se repetían una y otra vez en mi cabeza. Al día siguiente - ayer- me levanté con una borboteante mezcla de tristeza e injusticia que necesitaba salir de mi cuerpo.
Y así hizo en forma de lagrimones sin apenas darme tiempo a desperezarme. El Barça, mi equipo, ese por el que a los nueve años decidí ser periodista deportiva, perdió de la manera más dolorosa posible. No sabría decir cuántas veces apagué la retransmisión, hice otras cosas y deambulé sola por casa superada por los nervios. Nunca me había pasado algo así, aunque eso no es importante aquí. Ni tan siquiera la derrota o el fútbol en si mismo. Muchas y muchos pensaréis que sólo es fútbol y sí, objetivamente sólo es fútbol, pero también mucho más.
Hacía mucho tiempo, años me atrevería a decir, que no sentía una emoción así con mi equipo, que no conectaba con todo lo inexplicable que te hace sentir la afiliación a unos colores. No recuerdo una derrota tan dolorosa y triste como la de ayer, aunque puede que ser la más reciente tenga algo que ver. La memoria es tramposa. También puede ser la tristeza que desde hace un tiempo está demasiado presente en mi día a día y que me instala en una especie de melancolía que me resulta familiar.
Creo firmemente que nuestro carácter tiende siempre hacia unas emociones de base y el mío cae del lado del desasosiego y la tristeza. Domino la alegría, el disfrute y la calma, pero bastante menos. A veces, me pregunto de dónde surge esa tristeza que me desborda, pero casi nunca tengo respuestas y pienso que no debe ser toda mía. Creo que Menorca, de una manera u otra, me conecta con algo que no entiendo del todo y, aunque me parece una buena explicación, mi mente analítica casi nunca la da por válida. Simplemente puede que amplifique cosas que ya venían de serie.
Como mi obsesión por el desamor.
Lo sé, suena intimidante. Así me lo pareció cuando me lo dijo la psicóloga en una de las últimas sesiones, pero tenía razón. Obsesión por el desamor como concepto aplicable a la relaciones sentimentales, de amistad y familiares.
El primero de mi vida llegó pronto, con 13 años, cuando mis amigas del colegio - y de toda la vida a esas edades- decidieron unirse al ‘enemigo’ y hacerse amigas de las chicas que llevaban un tiempo ‘molestándome’ y, aunque en menor medida, también a ellas. No éramos las mejores amigas del mundo en cuanto a la calidad de nuestra relación - ¿quién lo es en una época tan complicada en la que surgen las personalidades y los roles sociales?-, pero eran mi tribu y me sentí abandonada injustamente. Ganaron las malas.
Sé que probablemente se adaptaban a las circunstancias -nos tocó compartir clase en el paso al instituto-, pero esa primera herida me congeló y, aunque no he sido consciente hasta hace relativamente poco, me obsesionó con el desamor de las personas que te rodean y se supone que te quieren. Protegí las emociones, seleccioné muy bien a quién era leal y reduje al máximo el riesgo de decepciones y grietas. Supongo que la tristeza que desde hace un tiempo surge aparentemente de la nada viene de esa contención. Daños colaterales del deshielo que desde hace unos años se va produciendo en mí. El miedo al desamor es más evidente que nunca, soy más intransigente con las personas que siento que me fallan y mi mente bully no ayuda demasiado (de ello hablaré en otro momento).
¿Y qué tiene que ver todo esto con la derrota del Barça?
Nada y todo. Una excusa para reflexionar en voz alta sobre la tristeza, pero sobre todo sobre la injusticia de algunas derrotas porque la del martes fue muy injusta por la manera en la que se produjo y por un equipo que creo que realmente representa cosas diferentes a las habituales. Podríamos decir que, como hace casi treinta años, no ganaron los buenos.
El martes volví a aquella injusticia que sentí con 12 y 13 años, pero también a la Laura más forofa y emocional, incapaz de anestesiar su pasión azulgrana. Sufrí como nunca y estoy triste, pero también feliz por volver a sentir todo ese batiburrillo de emociones que a mis 42 años siguen desbordándome.
El fútbol me parece una buena excusa para dar rienda suelta a lo que sea que una lleva dentro. Casi siempre resulta inofensivo y temporal, aunque haya quién no lo entienda, lo ridiculice o critique. El deporte, en general, pero el fútbol especialmente por su parte azarosa y casi siempre reñida con la calidad, te enseña a perder hasta lograr la victoria para entonces volver a perder.
Como en la vida.
Y aunque me asusta y paraliza la derrota, ayer al levantarme recordé que es bonito tener opciones de victoria y sonreír, aunque no siempre se consiga e intuyas los ojos algo hinchados y la energía baja.
Y el silencio de la ternura.
La tristeza suele ir de la mano de la intensidad reflexiva en mi caso. Pediría disculpas por ello, pero prefiero dar las gracias si habéis llegado hasta el final. Hacía tiempo que no sentía la necesidad de escribir y el Barça y su derrota me han llevado hasta aquí tras uno de mis paseos islados.
Antes de terminar esa carta no quiero dejar de compartir algunas recomendaciones y cosas random de las últimas semanas. Aquí van:
La taberna japonesa Kaiju en Madrid. Pequeña, sin reservas y en el barrio de Arganzuela. Las brochetas al carbón están deliciosas, pero yo morí de placer con el arroz blanco que acompaña a sus platos. Está hecho con mantequilla y podrías comer hasta el infinito.
La magia del espectáculo An-Ki de la compañía Ortiga. Nos pidieron que no explicásemos la obra, pero solo os diré que es lo más bonito, tierno y sensible que he visto en mucho tiempo. Un regreso a la inocencia de la infancia y sus aventuras para concienciar sobre el medio ambiente.
El libro ‘Las vigilantes’ de Elvira Liceaga. Por si os perdisteis lo que escribí sobre él en mi sección de lectura.
El disco ‘Jesuscrita Superstar’ de Rigoberta Bandini. Nunca he sido muy de ella, pero este disco suena en bucle desde hace semanas, especialmente en el gimnasio o cuando salgo a correr. Es un disco hecho para las mujeres de entre 35-45 años. Me siento identificada en casi todas sus canciones.
Me despido ya hasta nuevo aviso, que espero que no sea de aquí a mucho. En dos semanas viajo a Lisboa con mis padres y hermano, es decir, que se aceptan sugerencias y recomendaciones. Me encantará leerlos en los comentarios y también responder a las recomendaciones y a las opiniones, aunque sean críticas con un deporte tan bipolar como es el fútbol.
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¡Gracias!
L.-